A veces la mente se comporta como una casa. En ella tenemos un sinnúmeros de muebles, paredes, pisos, cimientos, techos y demás cosas que queramos imaginar dentro de nuestro propio ser.
Con el tiempo pasan muchas cosas con la casa y, como cualquier otra, llega el momento en el que requiere del mantenimiento adecuado para que sea un lugar agradable en el que podamos vivir.
Los muebles se deterioran, dejan de tener la función de soportar adornos, utensilios de limpieza o de cocina, le dan un feo aspecto al hogar y debemos decidir qué hacemos con ellos. Dependiendo de la función que cumplan estos aditamentos, decidimos cambiarlos o deshacernos de ellos al perder la importante utilidad que algún momento cumplieron.
Las paredes podemos pintarlas cuantas veces queramos, todo para que se vean lo más bellas posibles por fuera. Empero, muchas de ellas se van llenando de grietas con la edad, siendo una opción remendarlas (para luego volver a pintarlas), o, como pasa en algunas ocasiones, es mejor descubrir que tenemos un cuarto más amplio para hacer lo que queramos con él; aunque algunos podrán forjar una pared más débil o más fuerte, según sea el caso.
Además, tenemos los cimientos. Estos los hemos formado con la ayuda de las experiencias de vida que hemos adquirido cuando comenzamos a construir nuestra pequeña casita. Nos permiten sostener toda las estructuras que queramos construir y así sobrevivir a todos los cataclismos que ocurran dentro o fuera de ella.
Luego tendremos el piso, el cual caminaremos y ayudará a los cimientos a sostener todo lo que hayamos escogido para la casa. El piso a veces se empolva, se mancha, se rompe, entre otro montón de cosas; por lo que decidimos limpiarlos o cambiarlos por otros suelos que nos resulten aun más llamativos.
Sin embargo, si decidimos quitar todo esto encontraremos que los cimientos bien construidos siempre estarán ahí. Se pueden reparar o cambiar, pero usualmente confiaremos en que son lo suficientemente capaces de soportar cualquier cosa que decidamos ponerle; porque, esta es la base de quienes somos realmente.
En conclusión, la mente es como una casa porque podemos cambiarle todo lo que queramos, desempolvar nuevas ideas, recurrir a nuestros cimientos, desechar lo que no sea útil, utilizar los objetos que ocupemos y tengamos; y, sobre todo, procuraremos tenerla lo más bella posible al ser el lugar que habitamos y el espacio que las demás personas verán de nosotros/as mismos/as (algunos/as más adentro que otras).
Seamos felices con nuestras propias casas, y si algo no nos gusta; recordemos que tenemos los elementos necesarios para cambiar lo que queramos...